“Volverse mujer y preguntarse qué es una mujer son dos cosas esencialmente diferentes”
Y continua: “Diría aún más, se pregunta porque no se llega a serlo y, hasta cierto punto, preguntarse es lo contrario de llegar a serlo”. Lacan ubica en el Seminario 3 la oposición sobre la pregunta por lo femenino y el ser mujer. Para ello introduce la llamada fórmula de la sexuación, donde hay un lado Hombre y un lado Mujer.
¿Qué significa “volverse mujer”?
Lacan se aleja de una comprensión biológica de la feminidad para sugerir que el ser mujer no está determinado únicamente por el cuerpo o la genética, sino que se trata de una posición subjetiva en relación con el deseo y el Otro. Volverse mujer implica un proceso de subjetivación, es decir, la adopción de ciertos significantes que le permiten al sujeto identificarse (o no) con aquello que cultural y simbólicamente se define como lo femenino.
Este “volverse” tiene que ver con un recorrido; no se nace mujer, sino que uno se sitúa en un lugar simbólico, en constante negociación con los discursos sociales, los deseos y los mandatos que atraviesan a cada sujeto. En este punto, es inevitable mencionar a Simone de Beauvoir, quien escribió: “No se nace mujer, se llega a serlo“, una frase que Lacan parece resonar, aunque con matices psicoanalíticos
La diferencia entre “volverse” y “preguntarse”
Preguntarse “qué es una mujer”, según Lacan, es una cuestión imposible de resolver desde el lenguaje. El psicoanálisis introduce la idea de que el falo (como significante) organiza el orden simbólico, pero la feminidad escapa a esa lógica fálica. Esto significa que, aunque el lenguaje intenta definir y capturar la identidad femenina, siempre queda un resto, algo que no se puede decir del todo. Lo femenino, en este sentido, pertenece al ámbito de lo inconmensurable y lo enigmático.
Volverse mujer es una práctica, un acto subjetivo. Sin embargo, preguntarse qué es una mujer nos confronta con los límites del conocimiento, con un vacío. Es aquí donde Lacan introduce la idea de que la mujer no existe en tanto que concepto pleno y cerrado. La feminidad es heterogénea, abierta e indefinible.
La mujer como “el Otro del Otro”
Para Lacan, lo femenino encarna algo que no se agota en el sistema simbólico. Si el hombre puede encontrar una cierta coherencia en el sistema del falo, la mujer representa lo que está más allá del falo: un lugar enigmático, fuera de la lógica normativa. Es por ello que Lacan define lo femenino como una alteridad radical, lo que en su teoría denomina como el “Otro del Otro”.
El deseo y la identidad femenina: una construcción abierta
Lacan también sugiere que la identidad femenina no es algo que se posea o se adquiera de forma definitiva, sino que se construye en relación al deseo del Otro. La pregunta “qué es una mujer” siempre está cargada de una imposibilidad: nunca hay una respuesta única o definitiva, ya que el deseo no tiene objeto fijo. Cada sujeto, en su proceso de subjetivación, deberá lidiar con esta pregunta abierta, con ese misterio que subyace a lo femenino.
El deseo en la mujer, por tanto, no puede ser reducido a una norma o un mandato; más bien, es un campo en constante movimiento, que resiste ser apresado por las categorías binarias tradicionales. Volverse mujer, en el sentido lacaniano, es aceptar esta indeterminación y abrazar la multiplicidad de posiciones subjetivas posibles.
La feminidad introduce la dimensión de lo incompleto en la subjetividad humana. Si ser hombre parece estar relacionado con la ilusión de la totalidad y la coherencia simbólica, ser mujer confronta al sujeto con la falta estructural, con aquello que no se puede nombrar del todo.
Mito de Tiresias: Goce de la Mujer y del Hombre
Finalmente se puede ejemplificar lo expuesto con un mito: Se dice que en cierta ocasión Tiresias se cruzó en su camino con dos serpientes copulando y que algo hizo en ese momento que las separó y mató a una de ellas y que por esta razón fue convertida en mujer. De ese modo pasó siete años convertido en mujer hasta que volvió a encontrarse con un par de serpientes copulando a las que otra vez molestó y de este modo volvió a ser varón. Resulta que en cierta oportunidad estaban discutiendo Hera y Zeus sobre a quién le toca en suerte una proporción mayor de goce en el acto sexual, si al hombre o a la mujer. Al no ponerse de acuerdo lo llamaron a Tiresias; Lo que él dijo fue: “si dividimos el goce sexual en 10 partes, 9 le tocan a la mujer y 1 al hombre”. Por esta respuesta Hera condena a Tiresias a la ceguera, pero Zeus en compensación le otorga el poder de la adivinación. Podemos decir para terminar que, lo que enfurece a Hera es el intento de Tiresias de comparar lo incomparable: el goce fálico con el Otro goce.