“Si amas, sufres. Si no amas, enfermas”. Sigmund Freud
Ya en la infancia el niño/a queda cautivado frente a su imagen en el espejo, el júbilo que siente se refleja en su sonrisa. Amamos a esa imagen que nos representa, nos identificamos con ella. Somos aquello que vemos en el espejo y nos fascina.
Posteriormente cuando uno tiene que elegir a su objeto de amor, lo hace teniendo como referencia aquella imagen especular, de lo que uno es; es decir una elección narcisista. Uno busca en el otro algo de lo que uno es o le gustaría ser, e incluso también de lo que alguno fue alguna vez.
Como corolario uno ama al otro desde una elección narcisista y esto conlleva fundamentalmente a querer ser amado, por nuestro semejante. Esto significa que cuando un sujeto ama a otro, lo que verdaderamente ama es la imagen que encuentra de sí mismo en el otro. Cuando se ama, se está amando, de una u otra manera, en el otro, algo de sí mismo que ha sido idealizado y esto es básicamente lo que lo enamora.
Amor narcisista
El amor narcisista, que no es más que amor a la propia imagen, introduce una dimensión de engaño, de ilusión, como si la persona se pusiera unos anteojos que sólo le permiten ver todo “color de rosas”. Es una estafa en la medida en que se ama a otro en tanto que representa la imagen que un sujeto ha tenido, que tiene o le gustaría llegar a tener de sí mismo. El amor narcisista suele ser, por tanto, egoísta; el sujeto enamorado espera que el otro le corresponda en todo lo que anhela, lo que quiere es que el objeto de su amor modifique sus preferencias.
Los conflictos se presentan cuando la persona amada no es como uno quisiera, como aquella imagen que se tenía o se esperaba de él/ella, esa imagen cambia, decae, surgen las diferencias y con ellas el sufrimiento en el amor.
Cuando aparecen esas “pequeñas diferencias” entre los amantes, se presenta el desamor, ya que esas “pequeñas diferencias” suelen ser insoportables. Por lo cual se puede decir que hay algo en la naturaleza misma del amor que lo hace desfavorable al logro de la plena satisfacción, ya que uno siempre es diferente al otro y es inevitable que no aparezcan estas diferencias.